"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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06-01-2009

 

 

 

Segunda reflexión sobre la propuesta de Heinz Dieterich para la retribución del trabajo en el

socialismo del siglo XXI

 

 

Sirio López Velasco (FURG – Brasil – lopesirio@hotmail.com )

 

Esta es la segunda reflexión que dedico a la mencionada propuesta tal como ella se expresó en el libro de Heinz Dieterich “Chávez y el socialismo del siglo XXI en Venezuela”, cuya segunda edición ampliada, incluyendo al nuevo capítulo 7, data de 2007 y está disponible en Internet ( http://www.rebelion.org/docs/55395.pdf ; ver nuestra primera reflexión en López Velasco 2009a y 2009b).

Como sabemos, siguiendo a Arno Peters, Dieterich (en lo que sigue abreviado en “D.”) propone que en el socialismo del siglo XXI los productos se intercambien por su valor (medidos por el tiempo de trabajo para fabricarlos, incluyendo aquél invertido en sus componentes y las partes proporcionales gastadas en máquinas de fabricación, insumos, etc; op. cit. cap. 5.); a pesar de la gran complicación que supone esa cuantificación minuciosa, D. considera que ya hay instrumentos matemáticos y computacionales que la hacen posible.

Por otro lado, D. propone que en el socialismo del siglo XXI los productores sean retribuidos según su tiempo de trabajo (op. cit., cap. 5 y 7).

Ante esa propuesta plantamos dos objeciones. En primer lugar hacemos notar que tal retribución no contempla la diversa necesidad de productores que hayan laborado tiempos iguales; y así no se ve contemplado el principio defendido por Marx para el comunismo y que retomamos en nuestra propuesta ecomunitarista (para que sea posible el desarrollo de individuos universales en convivencia solidaria con los otros y en actitud de preservación-regeneración sana de la naturaleza humana y no humana), que reza “de cada uno según su capacidad y a cada uno según su necesidad”).

La segunda objeción, de detalle, se refiere a la diversa intensidad de los mismos tiempos de trabajo.

Veamos la propuesta de D.: “En el nuevo socialismo el valor de un producto se mide por el tiempo requerido para producirlo. La justicia consiste en que se intercambian esfuerzos laborales medidos en tiempo (valores), de la misma magnitud. La gratificación del trabajador (ingreso) es directamente proporcional a las horas que él aporta a la creación de la riqueza social de todos, independientemente de su género, edad, educación, etc.” (op. cit., cap. 7).

Hay que notar que D. aclara: “Este principio de equivalencia (valores iguales) tiene algunas modificaciones en la primera fase de la transición, pero después de algún tiempo de desarrollo de la economía y sociedad socialista, se aplicará tal cual. Y esto significa que, por ejemplo, el director de un banco que aporta 40 horas de trabajo a la riqueza social, recibe la misma canasta de bienes y servicios que recibe la persona que trabaja durante 40 horas en la limpieza del banco. Este es el principio de la equivalencia. Explotación existiría en el nuevo socialismo si el director del banco por su esfuerzo laboral de 40 horas recibiera un ingreso superior al de la persona de la limpieza, por ejemplo si se le diera una canasta de bienes y servicios equivalentes a 400 horas de trabajo. En este caso, les quitaría el producto a nueve personas que han trabajado 40 horas como él. Es decir, viviría parasitariamente a costa de esas nueve personas” (cap. 7, # 9, p. 174; nótese que nuestro presente texto versará exclusivamente sobre el principio de retribución propuesto, haciendo caso omiso de la noción de “explotación” aquí introducida). Nótese también que la mención a la “primera fase de transición” introduce una relativización, que más adelante nuestro autor confirma, sin renegar de su propuesta principal, al decir: “El principio de equivalencia – intercambio de cantidades de valor (tiempos productivos) iguales tal como lo formuló Arno Peters garantiza la justicia económica. Sin embargo, la proporcionalidad directa que establece, por ejemplo entre las horas de trabajo aportadas a la riqueza social y la canasta de bienes y servicios recibidos en contrapartida, sólo será viable para una fase más avanzada del socialismo” ( cap. 7, # 22, p. 196). Ahora bien, D. no es claro sobre el tipo de retribución que regiría antes de la aplicación del principio de equivalencia, pero resulta claro de sus palabras que antes de la “fase desarrollada” el socialismo debería tener y tendría una retribución desigual del ingreso entre los diversos productores. Ahora bien esa situación tiene inconvenientes y sobre ella volveremos al fin de este trabajo. Por ahora volvemos al principio propuesto por D.

En primer lugar hacemos notar que según ese principio alguien que ha contribuido con la comunidad con 30 horas de trabajos semanales (consideramos que la gran productividad ya hace posible reducir la jornada laboral semanal a seis horas diarias durante cinco días) dedicados a tareas de creación de sofisticados softwares requeridos por ella (y quizá, como lo quería Marx, alternando tal actividad con otras de pintor, agricultor y profesor), recibiría el mismo quantum de productos que otra persona que haya atendido las necesidades comunitarias laborando las mismas 30 horas semanales como limpiador de calles (alternando con tareas de jardinero de plazas públicas, e instructor deportivo, por ejemplo). No haremos nuestra la objeción de que tal igualitarismo no incentivaría a las personas a estudiar e investigar para desarrollar tareas más sofisticadas, pues si el único rasero para determinar la retribución recibida es el tiempo de trabajo, tanto daría ser físico nuclear o barrendero; y no acatamos tal objeción porque suponemos que en el ecomunitarismo (el comunismo para Marx, el socialismo del siglo XXI en su fase desarrollada para D.), las personas se realizan en lo que hacen, y no se guían por móviles egoístas guiados por el cálculo esfuerzo-beneficio. Lo que sí objetamos al principio de D. es que si el segundo personaje (el barrendero-jardinero-entrenador) tuviera tres hijos, mientras que el primero (el ingeniero-pintor-agricultor-profesor) no tiene ninguno, entonces, según el principio marxiano y ecomunitarista que reza “de cada uno según su capacidad y a cada uno según su necesidad”, cabe que. el segundo no reciba lo mismo que el primero, sino que reciba más que él, porque sus tres hijos suponen más necesidades que las que tiene el primero. Así, el igualitarismo de D. medido por el tiempo de trabajo impediría la realización del principio marxiano-ecomunitarista, que, no obstante, es el único capaz de garantizar las posibilidades para el desarrollo universal de los individuos.

La segunda objeción de detalle se refiere al hecho de que igual duración de tiempo de trabajo invertido en la misma actividad no significa igual intensidad (léase productividad); así es posible que un barrendero voluntarioso limpie 100 cuadras en una semana laboral, mientras que otro, más descansado, logre limpiar sólo 50; nótese que aquí no hablamos de capacidades desiguales, sino de una disímil voluntad y/o dedicación. Para que hubiera equidad, además de presuponer que las personas se ajustarían al esfuerzo medio en función de una responsabilidad comunitaria conscientemente asumida a partir de la educación ecomunitarista, parece que el principio de D. debería complementar con algún criterio cualitativo de intensidad (o cuantitativo de productividad), la simple medida del tiempo de trabajo ejecutado por cada productor.

Finalmente hay que acotar que D. considera como desvío justificado del criterio de remuneración por tiempo de trabajo, un bono dado a trabajos de más peligrosidad (como el de los mineros); no obstante hay que notar que D. no fundamenta la diferenciación en la cobertura de las necesidades diferentes de cada ser humano, sino en el tipo de trabajo, adoptando un criterio ya vigente en el capitalismo para algunas profesiones (como es el caso de la de los mineros); también se podría señalar que D. no considera la posibilidad-necesidad de que un orden socioambiental poscapitalista las labores peligrosas, o simplemente las aburridas, se realicen en sistema de rotación, pára que nadie sea especialmente perjudicado. Para terminar, abordemos ahora la situación de la retribución de los productores en la “fase de transición hacia el socialismo del siglo XXI”. D. admite que en esa fase se combinarían su principio con los criterios actuales de la tasación e intercambio de los productos por los precios (y no sus valores-tiempo exactos) y la retribución desigual de los productores no basada en el tiempo de trabajo realizado por cada uno (lo que lleva, en su ejemplo antes citado, a que, por ejemplo, un gerente de Banco gane mucho más que un limpiador del mismo Banco). En relación al ejemplo de D. ya hicimos notar en nuestra primera reflexión (López Velasco 2009a y 2009b) que D. no llevó en cuenta con suficiente atención el principio marxiano de la diferencia entre trabajo simple y trabajo complejo, que funciona como criterio para una retribución desigual de las labores. Por otra parte, hay que notar que D. tampoco nos orienta acerca de cuáles combinaciones concretas regirían en el “período de transición”, y tampoco sobre qué desigualdades en la retribución del trabajo se podrían admitir en un nuevo orden socioambiental que quiera orientarse hacia el ecomunitarismo. Sobre esta segunda cuestión nos parece pertinente recordar nuestras consideraciones en la primera reflexión acerca de la propuesta de D.

Por las propias palabras con las que D. relativiza su principio igualitario, resulta claro que nuestro limpiador y nuestro director, o lo que es lo mismo, el médico y el barrendero que nuestro autor usa en otro ejemplo, recibirían bienes y servicios en cantidades distintas (y quizá muy distintas). El problema aquí es el siguiente:

1) ¿cómo calcular esas diferencias?, y,

2) ¿qué magnitud de diferencias sería éticamente justificable? (a la luz del rumbo histórico comunista, que asumo en mi ecomunitarismo, del libre desarrollo universal de todos los individuos, o sea, a la luz de la ética ecomunitarista y no de los supuestos capitalistas que subyacen a la formulación y respuesta de/a la segunda de esas preguntas por John Rawls en su “teoría de la Justicia ”). No podemos-queremos resignarnos de entrada a la solución “subjetiva” de Peters, incorporada por D. (op. cit. cap. 5, #5.5, p. 117 y repetida en el cap. 7 # 22, p. 197), cuando dice: “…no hay manera de demostrar, por ejemplo, que un ingeniero civil deba ganar dos veces más que un mecánico en lugar de 1.8 o 2.2 veces” Se podría pensar que cada uno recibiría en ese período de acuerdo al valor-tiempo-de- trabajo injertado por cada uno en el “producto” de su labor. Nótese que aquí tocamos una laguna teórica que se encuentra en el propio Marx. En efecto, Marx sostiene que el valor de la fuerza de trabajo está determinado por el valor de los medios necesarios para su reproducción; y cuando advierte que las “fuerzas de trabajo” son muy disímiles según las especialidades y estudios requeridos por cada labor, avanza la hipótesis de que el valor de la fuerza del “trabajo complejo” (a saber el más especializado y/o basado en más estudio) sería reductible/calculable a/en unidades de “trabajo simple” (el no calificado, realizado por cualquier obrero sin preparación, como por ejemplo, por aquél que debe levantar y bajar una manivela para hacer funcionar o parar una máquina); tal diferencia entre “trabajo simple” y “trabajo complejo” es mencionada por D., que refiere a Marx (en el cap. 5, # 5.5, p. 117 y en el cap. 7 # 22, p. 197) ), pero sin llevar más allá la cuestión; ahora bien, que yo sepa, Marx nunca nos legó una fórmula precisa que nos permitiera realizar esa reducción/cálculo. Nótese que realizarlo implicaría contabilizar, por ejemplo, el valor embutido en cosas tan lejanas y diversas como aquél libro infantil que los padres regalaron al niño a los siete años y que despertó su vocación por la medicina, el valor de todos los útiles y parcelas a él asignables como “desgaste” del valor de la energía y los medios de transporte usados en sus estudios escolares, liceales y universitarios, el valor de la parcela de fuerza de trabajo que sus profesores le dedicaron proporcionalmente a él (como un elemento de un grupo) desde la escuela hasta la Universidad , y, por supuesto, el valor gastado en los aparatos, libros, y Congresos, que debe usar y frecuentar para ejercer bien y de forma responsable y actualizada su profesión, o sea para renovar permanentemente su “fuerza de trabajo” con la calidad requerida por la sociedad. Y nótese que todo eso está embutido en cada hora de trabajo prestada por el médico (en proporciones muy difíciles de calcular con exactitud, pero no habría por qué renunciar de entrada a hacerlo, en la era de la computación) y forman, por tanto, el valor de cada hora trabajada por él. Todo hace presumir que, a su vez (en las condiciones actuales), el valor de la “fuerza de trabajo” del barrendero y su aplicación en cada hora de labor, tiene-transfiere mucho menos valor que lo que ocurre en el caso del médico (por ejemplo, la mayoría de las veces el barrendero ni siquiera terminó la escuela y nunca pisó un liceo y una Universidad, etc.). Por eso, ahora no valdría la media de valor de la hora trabajada calculada por la Escuela de Escocia, y el médico tendría una retribución mayor, mucho mayor, que la del barrendero; ahora bien si éste tuviera cuatro hijos y el médico fuera soltero, entonces nuestro barrendero sería tan o más perjudicado en la distribución, de cara a la satisfacción de sus necesidades familiares, de lo que lo era nuestro limpiador en comparación con el director de Banco, en el caso de la retribución igualitarista antes analizado. Así vuelve la pregunta que ahora completamos con otro aspecto: ¿cómo calcular la diferencia de retribución admisible éticamente, para no contrariar el sueño estratégico del comunismo (ecomunitarismo) de permitir a cada uno un desarrollo universal, y para dar a cada uno y su familia lo máximo que la comunidad puede dar en función de la cantidad-calidad del producto que sea capaz de generar en cada estadio histórico (respetando las tres normas fundamentales de la ética)? Pues resultaría impensable admitir en el socialismo (incluso en su fase no desarrollada) desigualdades distributivas similares a las vigentes en el capitalismo (no sólo entre el salario, por un lado, y la ganancia y la renta de la tierra por otro, sino también entre diversos asalariados, en especial cuando los diferencia la cuota de trabajo “intelectual” y trabajo “manual” que encierran sus labores). Como veremos más abajo, las tres normas de la ética y la idea de un Ingreso Mínimo nos ayudan a orientar nuestros pasos en la búsqueda de respuestas concretas.

Ahora bien, para buscar las respuestas hay que incluir como otro elemento, la crítica de Marx (en su “Crítica al Programa de Gotha”) al equívoco lasallista consistente en proponer que “volviese al trabajador el fruto íntegro del trabajo”; y ello porque, decía Marx, siempre habrá que hacerle al producto social global las siguientes deducciones antes de llegar a la distribución individual:

a) “una parte para reponer los medios de producción consumidos”,

b) “una parte suplementaria para ampliar la producción” [N.B. esto podríamos cuestionarlo hoy, por lo menos en parte, a la luz del paradigma ‘no productivista' de la frugalidad ecológica centrada en la calidad de vida],

c) “el fondo de reserva o de seguro contra accidentes, trastornos debidos a calamidades, etc.”; y, además, agregaba que del producto global, antes de llegar al reparto individual, habrá que deducir todavía:

d) “los gastos generales de administración no concernientes a la producción”,

e) “la parte que se destine a la satisfacción colectiva de las necesidades, tales como escuelas, instituciones sanitarias, etc.”,y,

f) “los fondos de sostenimiento de las personas no capacitadas para el trabajo, etc.”.

 

Medidas de transición ajenas al intercambio de equivalentes

 

Creo que en el tema de la retribución del trabajo, desde ahora y antes de llegar a la “fase desarrollada del socialismo del siglo XXI” (en la que, en perspectiva ecomunitarista se haría realidad el lema “de cada uno según su capacidad y a cada uno según su necesidad”, en el marco de una abundancia que tendrá que ser contrabalanceada, aplicando las tres normas fundamentales de la ética y en especial la tercera, por la frugalidad atenta a la calidad de vida y a los equilibrios ecológicos indispensables para ella), lo que se impone hoy (en especial en la Venezuela y el Tercer Mundo que quiere orientarse hacia el socialismo del siglo XXI) es la adopción y/o refuerzo de ciertas medidas retributivas ajenas a la labor productiva ejecutada por cada uno y ajenas también al cambio de equivalentes propuesto por D. Desde hace más de una década el senador del Partido de los Trabajadores brasileño, Eduardo Suplicy, inspirándose en diversos autores, defiende una Renta Mínima que debería ser garantizada por el Estado a cada habitante del país (por el sólo hecho de ser uno de sus habitantes); se calcularía para tanto un “impuesto negativo” que daría a cada uno la suma en dinero que separa su ingreso real de aquél juzgado indispensable para cubrir las necesidades elementales de la vida. Hasta ahora el gobierno de Lula no ha aplicado ese mecanismo, pero ha implementado la Bolsa (Beca) Familia como instrumento asistencial de complementación de la renta de los más pobres; esa beca atendía en 2007 a casi un cuarto del total de la población brasileña (calculada en 183 millones de personas) y fue un motivo esencial en la reelección de Lula como Presidente del Brasil; cada beca otorgaba en 2007 entre 9 y 56 dólares mensuales a cada familia beneficiada, que, complementando los miserables ingresos de los beneficiados, teóricamente debería permitirles garantizar la alimentación más básica, el gas de cocina, y poco más (pidiendo contrapartidas, como por ejemplo, la vacunación en día de los pequeños y una frecuencia escolar del 85% de cada escolar de la familia, circunstancia esta que debe explicar en buena medida el hecho de que Brasil apareciera en una encuesta de fines de 2007 como el país latinoamericano cuyos escolares tenían el mejor índice de asistencia a las aulas). Ahora bien, no cabe duda de que si bien ayuda a los más miserables, la Beca Familia , por los montos que otorga, es un tímido y completamente insuficiente (por no decir insultante) remedo de la idea de la Renta Mínima ; agréguese a ello, para entrar a analizar el paradigma distributivo vigente en Brasil, que en 2007 el Salario Mínimo mensual, fijado por diputados federales y senadores, y referendado por el Presidente, era de casi 190 dólares (con la depreciación del real ante el dólar se redujo en un tercio a fines de 2008), al tiempo que el valor de la canasta básica mensual familiar (31 productos, de alimentación absolutamente básica e higiene elemental) se elevaba en mayo de 2007 a 110 dólares en S. Paulo, y en Natal, una capital norteña, en diciembre de 2007 era de 130 dólares; y un diputado federal o senador brasileño (los mismos que fijan el Salario Mínimo) recibía por mes en 2007, sólo en salario, 6 mil dólares (o sea, más de 30 veces el salario mínimo que aprobaban para millones de brasileños y para más de 13 millones de jubilados que recibían el equivalente al salario mínimo), a los que se agregaban otros 5 mil mensuales en diversos beneficios, además de 15 mil dólares más por concepto de tres salarios suplementarios por año como aguinaldo (y obviamente, mucho más reciben los latifundistas, grandes empresarios, banqueros y ejecutivos de multinacionales).

Creo que el socialismo del siglo XXI tendría que plantearse con toda seriedad la aplicación de un Ingreso Mínimo, cuantificándolo como lo indispensable para una vida humana confortable, que incluya la alimentación, la vivienda, la salud, el transporte y los recursos necesarios para los estudios hasta el nivel universitario, la cultura, el deporte y la diversión (usando para ello, en especial en el caso de Venezuela, los ingentes recursos públicos provenientes del petróleo). Y ella tendría que valer tanto como valor básico para corregir hacia arriba, cuando fuera necesario, el cambio de equivalentes cogitado por D., como para marcar ya hoy el nivel de ingreso mínimo de aquellos que en la “fase aún no desarrollada del socialismo”, reciben la cuota menor en la distribución desigual del ingreso; las tres normas de la ética, y ahora esta medida concreta, ayudan sin duda a definir cuál es la máxima diferencia admisible entre las retribuciones, en esta fase histórica, pues para respetar ese nivel mínimo, sería legítimo ya ahora, sacar algo a los que más reciben, empezando por los más ricos, para hacer posible que los que reciben menos, alcancen el nivel del Ingreso Mínimo. Y así llegamos a una respuesta inicial para nuestra segunda pregunta capital (¿qué magnitud de diferencias de ingreso sería éticamente justificable?), que se formula en el siguiente principio: LA SOCIEDAD SOCIALISTA DEL SIGLO XXI, PARA ALCANZAR UNA META INTERMEDIARIA EN SU BÚSQUEDA POR BRINDAR A CADA INDIVIDUO LAS POSIBILIDADES PARA SU DESARROLLO UNIVERSAL, DESCONTARÁ PROGRESIVAMENTE DE LOS QUE MÁS RECIBEN, COMENZANDO POR LOS MÁS RICOS, Y DESCENDIENDO PROGRESIVAMENTE HASTA LAS CAPAS ALTAS DE LOS ASALARIADOS, LO QUE SEA NECESARIO PARA GARANTIZAR QUE NADIE RECIBA MENOS QUE EL VALOR DEL ‘INGRESO MÍNIMO'”. (Nótese que ese Principio se sitúa a mitad de camino entre el igualitarismo de D., por un lado, y, por otro, tanto del principio ecomunitarista que reza “de cada uno según su capacidad y a cada uno según sus necesidades”, como, también, de la desigualdad sin límites que resulta de retribuir a cada uno según el valor de su fuerza de trabajo). Esa acción de reequilibrio se podría implementar inicialmente, por ejemplo, a través de pesados impuestos a las multinacionales, bancos, grandes empresarios y latifundistas, siguiendo por grandes y medianos inversores en la Bolsa , altos ejecutivos de grandes y medianas empresas, exportadores-importadores, profesionales liberales, etc., hasta llegar a los asalariados, para descontarle a la aristocracia funcional, militar y obrera (el Presidente, que debería dar el ejemplo, autoridades de los gobiernos central, estadal y municipal, legisladores, altos funcionarios públicos, oficiales de las Fuerzas Armadas, profesores universitarios, y, por último, funcionarios y obreros especializados de las multinacionales y/o grandes empresas); con todo lo recaudado habría de hacerse posible la elevación del ingreso de los que menos reciben hasta el Ingreso Mínimo.

Claro está que ese Ingreso Mínimo no podría desvincularse de una progresiva socialización de los medios y los frutos de la producción, para que cada productor, asociado libremente con los otros, haga aumentar la riqueza disponible (en los límites trazados por la tercera norma de la ética) hasta llegar al punto en que no habría que sacarle nada a uno para darle algo que le falta a otro; en ese momento se haría superflua la propia política del Ingreso Mínimo.

Además de ese mecanismo hay otros dos instrumentos de retribución indirecta ajenos al cambio de equivalentes que ya están en marcha en Venezuela y que cabría reforzar; por una lado, la creciente cobertura gratuita de la salud y la educación proporcionada por el Estado, y por otro, y ello me parece muy importante en la perspectiva ecomunitarista, la transferencia directa de recursos financieros públicos desde los gobiernos (central, estadal y municipal) hacia los Consejos Comunales, para que los ciudadanos implementen directamente los proyectos que juzguen que mejorarán sus vidas (a veces una fábrica comunitaria, o una cooperativa artesanal, o una cancha deportiva, o una sala cultural, etc.); y digo, “muy importante”, pues esa transferencia ya es un paso en la necesaria extinción progresiva del Estado, querida por Marx, para que los humanos dejen de mandarse unos a otros y pasen a co-administrar solidariamente las cosas (respetando la tercera norma de la ética, agrego yo); en ese aspecto va a la cabeza el Municipio Libertador, Estado Carabobo, que ha llegado a transferir hasta el 40% de su presupuesto a los Consejos Comunales creados en aquella unidad administrativa (ver Harnecker 2007). Recordemos que los anarquistas (y en especial Bakunin) exigieron en el debate con Marx la extinción inmediata del Estado y lo acusaron de “estatista”; hoy podemos sospechar que la desviación “estatista” que fue una de las causas del fracaso del “socialismo real” europeo del siglo XX (los cubanos tienen que decirnos cómo les va con esto), ya encuentra su raíz en el Manifiesto Comunista, pues varias de las “medidas revolucionarias” que aparecen al fin de ese texto histórico, ponen en manos del Estado resortes clave de la vida económica y social (a diferencia de la autogestión del productor-ciudadano que pretendió encarnar la consigna rusa “todo el poder a los soviets”, desvirtuada después, como sabemos, cuando el poder de hecho pasó al Partido y al Estado, y más concretamente, a la cúpula del Partido Comunista de la URSS y a la cúpula de la “nomenclatura” burocrática).

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Dieterich, Heinz Hugo Chávez y el socialismo del siglo XXI, Ed. Monte Ávila y Fondo

Editorial por los Caminos de América, Caracas; en http://www.rebelion.org/docs/55395.pdf

(2007, segunda ed. corregida y ampliada).

Harnecker, Marta. Gobiernos comunitarios. Transformando el Estado desde abajo:

experiencia en la construcción del poder popular en el Municipio Libertador (Estado

Carabobo, Venezuela), Ed. Monte Ávila, Caracas, 2007.

López Velasco, Sirio. Ética ecomuniarista. Ética para el socialismo del siglo XXI , Ed.

UASLP, México, 2009a.

L ópez Velasco, Sirio. Ecomunitarismo, socialismo del siglo XXI e interculturalidad, Ed. del

Ministerio para el PP para la Cultura , San Juan de los Morros (Edo. Guárico), Venezuela,

2009b y Ed. FURG, Rio Grande, Brasil, 2009b.

Marx, Karl. “Crítica al programa de Gotha” (1875), en C. Marx & F. Engels, “Obras

Escogidas”, vol. III, Ed. Progreso, Moscú, 1974.

 

 

 

 

 

   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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